La infantilización de la sociedad: Desafíos de la pseudo-adultez moderna

En la contemporaneidad, el fenómeno de la infantilización se manifiesta como el acto de tratar a adultos como si fueran niños. Esta dinámica crea un entramado de dependencia en el cual el adulto se ve constantemente necesitado de dirección y orientación. Esta tendencia, conocida como la infantilización de la sociedad, implica un fomento creciente de actitudes pueriles y modos de vida que históricamente no se asociaban con la etapa adulta.

El concepto de juventud se ha redefinido en la actualidad. Ya no se limita a ser una etapa biológica de transición, sino que se ha convertido en una elección de vida profundamente arraigada, impulsada en gran medida por la implacable influencia de los medios de comunicación. De manera interesante, el estereotipo del adulto desmotivado no se asemeja al obrero explotado ni a la ama de casa exhausta de tiempos pasados.

Hoy en día, se vislumbra una nueva especie de pseudoadulto, alguien convencido de lo que le ofende y con un desdén hacia lo que no comprende. Este individuo se asemeja a un «niño grande», que ha evolucionado de ser protegido por sus padres a ser validado y mimado por una sociedad inmersa en la infantilización.

La infantilización es una tendencia en alza, alimentada por la sobreparentalidad y la facilidad de acceso a la información en la era digital. Se refleja en la adhesión a actitudes más juveniles y la resistencia a asumir responsabilidades propias de la etapa adulta. A pesar de sus matices, este fenómeno apunta a un cambio en la percepción y las expectativas en torno a la edad adulta y la juventud, cuestionando el sentido mismo de la madurez y la independencia en una sociedad cada vez más influenciada por medios y corrientes culturales.

La infantilización de la sociedad: Un análisis de la investigación de Nathan Winner y Bonnie Nicholson

En el año 2018, los investigadores Nathan Winner y Bonnie Nicholson de la Universidad del Sur de Mississippi emprendieron un estudio que abordó el fenómeno de la infantilización en la sociedad contemporánea. Este fenómeno, conocido popularmente como «crianza en helicóptero», fue el foco central de su investigación, la cual examina sus implicaciones en la vida de los jóvenes y cómo ha permeado diversas esferas sociales.

La sobreparentalidad, tal como se destaca en la investigación, ya no se limita al entorno familiar. Los hallazgos de Winner y Nicholson revelan que este estilo de crianza, caracterizado por un enfoque excesivamente protector, se ha infiltrado en áreas extendidas de la sociedad, incluyendo instituciones educativas, campañas publicitarias, tendencias de opinión y medios de comunicación. En muchos casos, estas influencias han reemplazado la figura paterna, eximiendo a los jóvenes de responsabilidades y consecuencias.

Este patrón de sobreprotección, aunque motivado por la intención de resguardar a los jóvenes de desafíos y dificultades, puede tener efectos adversos en su desarrollo y autonomía. La falta de oportunidades para afrontar y superar retos por sí mismos podría resultar en una disminución de la resiliencia y la habilidad de lidiar con las adversidades en la adultez.

El estudio también pone de relieve cómo esta forma de crianza ha dejado su huella en la educación y en la cultura mediática actual. Las instituciones educativas, para adaptarse a las demandas de padres sobreprotectores, han tenido que modificar sus métodos y expectativas. En paralelo, los medios de comunicación y la publicidad contribuyen a una narrativa que promueve la indulgencia y la ausencia de consecuencias.

El papel de los medios y la precarización laboral en la transformación de las etapas vitales

Los medios de comunicación, el Estado, los mercados y la publicidad desempeñan un papel crucial en la remodelación de las fases vitales de las personas. La sobreparentalidad promovida por estos actores, en muchas ocasiones, toma el lugar de la figura paterna, mientras que la precarización del ámbito laboral se convierte en una justificación de dicha dinámica.

Los noticieros, por ejemplo, han aumentado la cobertura de noticias sensacionalistas y crímenes morbosos, lo que desencadena una sensación de vulnerabilidad en la sociedad. Paralelamente, el lenguaje político se ha vuelto dogmático y carente de sustento genuino, alejándose de la complejidad que caracteriza a una moral adulta.

En el ámbito televisivo, los programas de telerrealidad son una constante, ofreciendo entretenimiento sin profundidad reflexiva. Este fenómeno se entrelaza con el crecimiento del uso de productos cosméticos rejuvenecedores, inyecciones de bótox y medicamentos de naturaleza sexual, lo cual refleja un patrón generalizado de evasión consciente de la edad biológica.

A través del Estado, por ejemplo gravando cada vez más los impuestos y proporcionando ayudas económicas para todo. Esto provoca que las personas no quieran esforzarse y trabajar, ya que pueden subsistir gracias a las recompensas del Estado.

Esta tendencia se extiende incluso a la forma en que las personas deciden formar una familia. La responsabilidad de la crianza parece desplazarse cada vez más hacia los abuelos, profesores e instituciones. En paralelo, la exposición constante y mercantilista de los hijos en las redes sociales exhibe la cara más problemática de la parentalidad infantilizada, donde la privacidad y la crianza responsable se ven comprometidas.

El rechazo psicológico de la edad adulta en la era de la infantilización

Las connotaciones de liberalismo, liquidez, individualismo y presentismo que caracterizaron la posmodernidad han dado lugar, de manera gradual, a un auténtico rechazo psicológico de la etapa de la edad adulta. Aunque esta época se caracteriza por una libertad que autoriza infinitas posibilidades, también genera frustración y ansiedad al reconocer que es imposible experimentar y elegir cada opción disponible.

Esta preocupación impacta profundamente en la mentalidad del adulto, llevándolo a buscar un escape psicológico de su propia realidad al refugiarse en el mundo de los jóvenes, donde las oportunidades parecen ser más abundantes. La juventud se percibe como el modelo más eficaz para desenvolverse en esta sociedad cambiante.

La percepción de que las oportunidades son ilimitadas, sumada a la presión de elegir la «mejor» opción, puede provocar sentimientos de ansiedad y miedo al compromiso. Ante esta incertidumbre, muchos adultos optan por rechazar la madurez y sus responsabilidades asociadas, buscando comodidad en la sensación de que aún tienen tiempo para explorar diversas opciones.

Este escape hacia el mundo juvenil no solo está influenciado por la abundancia de oportunidades, sino también por la idealización de la juventud en los medios de comunicación y la cultura popular. La imagen de la juventud como una época de posibilidades ilimitadas y energía inagotable se ha convertido en un referente aspiracional para muchos adultos que anhelan escapar de la rutina y las presiones de la edad adulta.

Contraste con las épocas preindustriales: Evolución de la estructura social

En las sociedades preindustriales, el nacimiento de un individuo implicaba su ingreso en una estructura organizativa que no era considerada un producto de la evolución cultural, sino más bien un reflejo de la naturaleza constante e inmutable. Este enfoque aseguraba la afiliación social del individuo al alcanzar la madurez.

La sociedad proporcionaba un camino trazado que debía seguirse, y cada individuo tenía la responsabilidad de demostrarse a sí mismo que podía cumplir con los roles y expectativas establecidas. Crear un proyecto de vida y fortalecer los vínculos duraderos que eran imperativos en esta estructura. La interacción social estaba más regulada y guiada por tradiciones y roles establecidos, lo que brindaba una sensación de pertenencia y dirección.

Con la llegada de la industrialización, esta dinámica comenzó a transformarse. La estratificación social ya no estaba tan consolidada como antes. En su lugar, los individuos empezaron a darse cuenta de las oportunidades sin precedentes para moldear su identidad social de manera más personalizada. Surgió una especie de libertad para crear un «yo social» más acorde a sus deseos y aspiraciones individuales.

Inicialmente, esta nueva libertad fue percibida como un entorno fascinante y lleno de posibilidades. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta «libertad agotada» se hizo evidente. La presión de tomar decisiones en un mundo lleno de opciones y la constante búsqueda de autenticidad comenzó a pesar de las personas. La incertidumbre de cómo forjar un camino en un contexto cambiante resultó ser desafiante y, en ocasiones, abrumadora.

Una generación paradoja: Libertad y temor

Esta generación experimenta una paradoja única: un sentimiento de libertad aparentemente ilimitada, pero acompañado de una profunda sensación de temor. En un mundo donde las posibilidades parecen infinitas, también acecha la sombra del riesgo. Cada elección potencial se oculta detrás de la vaguedad, lo desconocido y la inseguridad.

Esta paradoja se nutre de la crianza que han recibido. Padres que han allanado el camino de sus hijos, brindándoles soluciones predefinidas, han engendrado adultos que evitan sumergirse por completo en la madurez. Los desafíos que se presentan parecen demasiado arriesgados y exigentes.

La estrategia elegida es eludir la incertidumbre a toda costa, incluso si eso implica no arriesgarse a cometer errores. Las decisiones tomadas se sienten reversibles y temporales en todos los aspectos de la vida: laboral, formativo y relacional. El contexto laboral, en ocasiones poco favorable, añade una capa adicional de dificultad.

Como resultado, los jóvenes adultos buscan satisfacción inmediata, desechan la noción del futuro y optan por vivir en un perpetuo presente, donde todo es ambiguo y sin definición. Este enfoque parece más atractivo y concreto dadas las circunstancias.

Desde una perspectiva freudiana, se observa cómo el principio del placer domina sobre el principio de realidad. En este contexto, la juventud se convierte en la única entidad existencial verdaderamente palpable. Así, la juventud, junto con conceptos como belleza, éxito y riqueza, adquiere el estatus de objeto que se puede poseer. En otras palabras, la juventud, inicialmente una condición biológica, se ha metamorfoseado en una definición cultural. Ser joven ya no se basa simplemente en la edad, sino en el derecho a disfrutar de ciertos estilos de vida y consumos que definen esta etapa de la vida.

El presentismo y la paradoja de la pseudoadultez

En el escenario del presente, el presentismo emerge como una elección impuesta a aquellos que buscan evitar el enfrentamiento con la incertidumbre. En la era de una sociedad globalizada y centrada en el aquí y ahora, los valores máximos se centran en lo inmediato.

No obstante, un enfoque desmedido o desequilibrado hacia el presentismo puede resultar en la cancelación de perspectivas futuras, proyectos ambiciosos y compromisos a largo plazo. Estos elementos solían servir como indicadores sociales de la madurez y la responsabilidad adulta. El resultado de este desequilibrio es una versión de la madurez, que en realidad es una pseudoadulta, caracterizada por su inestabilidad e irresponsabilidad.

En este contexto, el adulto contemporáneo enfrenta una decisión significativa: optar por ocultarse detrás de una máscara y vivir sin un sentido sólido del tiempo. Se convierte en un individuo en constante evolución, en un estado perpetuo de transformación. Ya sea que sea consciente o no, esta persona continúa sosteniendo un abanico de opciones, elecciones y promesas existenciales. Esta multiplicidad de caminos potenciales puede despertar emociones ambivalentes: miedo, desconcierto y fascinación. Después de todo, la expectativa de un sueño puede a menudo parecer más cautivadora que su plena realización.

Los beneficios y desafíos de la infantilización en la sociedad

La evolución de la sociedad conlleva la adopción de nuevas libertades, las cuales suelen requerir un proceso de adaptación y estabilidad en los grupos. En este contexto, retomar actividades que normalmente se consideran propias de la infancia, como los videojuegos, es una práctica válida en la vida adulta, siempre y cuando no se utiliza como una forma de evadir la responsabilidad personal.

El concepto de lo infantil no se limita únicamente a la negación de la autosuficiencia, sino que también puede ser un refugio ante las amenazas que presenta la vida adulta. El constante bombardeo de obligaciones consumistas, la presión laboral y social pueden llegar a su fin cuando uno se sumerge en actividades que recuerdan momentos más simples de la infancia. La capacidad de gestionar adecuadamente este refugio infantil puede convertirse en un sólido soporte de tranquilidad para muchas personas, asegurando un mínimo de estabilidad emocional.

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